En los últimos años hemos experimentado una verdadera fiebre pistachera: alfajores, helados, snacks y todo tipo de alimentos producidos a base de este bonito cultivo.
Este boom pistachero impactó en la producción en Argentina: inversores extranjeros y productores locales diversificaron sus plantaciones, desplazando otros cultivos tradicionales como la vid o el olivo para darle lugar a este producto…
En nuestro país, la producción de pistacho se concentra en la provincia de San Juan. Y esto no es casualidad: el pistacho se adapta bien a climas áridos con riego tecnificado y requiere menos agua que la vid. Esto lo convierte en un cultivo atractivo en una provincia marcada por la escasez hídrica.
Sin embargo, su expansión reconfigura el uso del agua, priorizando un cultivo de exportación y alto valor frente a producciones más pequeñas orientadas al consumo interno. Incluso, en muchos casos los nuevos inversores han reutilizado la capacidad industrial ya instalada para el procesamiento, aprovechando galpones, maquinarias y logística que antes se destinaban a la uva y el vino.
En San Juan, grandes empresas —varias de capital español y estadounidense— lideran el negocio, entre ellas firmas vinculadas al agronegocio internacional y al sector exportador de frutos secos. La llegada de estos capitales no es sin impacto en el territorio: implica concentración de tierras, desplazamiento de pequeños productores y un modelo productivo altamente dependiente de mercados externos. El negocio se apoya en un dato fundamental: en el mercado internacional el pistacho cotiza muy por encima de otros cultivos tradicionales de la región.
El destino del pistacho argentino está prácticamente todo fuera del país. Según datos oficiales, el 90% de la producción se exporta y el consumo interno sigue siendo marginal y caro, reservado a sectores de alto poder adquisitivo. Un recordatorio de que no siempre producir más significa alimentar mejor, todo lo contrario: a veces sólo significa concentrar tierras y riquezas en manos de unos pocos…

